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Alma y Piel

Un día contigo

<center>Un día contigo</center> Viernes, un día como cualquier otro, uno de tantos que pasan y pasan, sin avisar que se roban un poco de nuestra vida. Y yo aquí, de nuevo, partiendo temprano para los días de antes, y tarde para los de ahora… como el de hoy, en que las ganas de verte, son mas que las de observar cómo el mundo se mueve allá por afuera.

Llueve, camino bajo la lluvia y creo también, regresaré de la mano de ella… no te lo dije antes de partir… ¿no?.... creo que no lo hice…

En las calles todo se ve como siempre que el sol se baña bajo las nubes, igual… los mismos rostros, las mismas cosas…

Los corredores de la facultad vacíos, fríos, callados, mojados, nada acogedores para los momentos en los que el corazón se siente igual de frío y necesita sentir calor, pero muy amistosos para la melancolía que está sentada al lado esperando la oportunidad para acompañarnos.

Camino un rato por ellos, respirando profundo, tocando alguna gota que se deja caer desde las ramas de los árboles que adornan los caminos de tierra entre edificios. Pienso en ti, como siempre… y sigo mi camino… con los pies bañados marcando el paso en las graderías, con pocas ganas de escuchar las bromas plásticas y vacías de los compañeros. Me detengo un rato a observarlos, me parecen tan superficiales… que me hacen sentir extraña, sentada a lo lejos,… Y me digo, será la edad, ¡seguro!… aunque en el fondo no termino de convencerme, me veo a su lado con escasos años de diferencia. Aparece el catedrático interrumpiendo mis ideas… se le percibe con pocos ánimos de impartir la clase, tanto como tenemos nosotros de recibirla….

Termina la charla entre los bostezos de unos que parecen dormir más que vivir, las risas de otros felices porque terminó su incordio semanal, y las caras arrugadas de los que se quejan de la lluvia por arruinar los planes de fiesta y bebidas de los viernes por la tarde.

Sigo mi camino, sola, sin deseos de encontrar a nadie… aguardo el bus en la estación mal ubicada que han dejado en un lugar sin techo, espero… y sigo esperando que pasen todos los números, ¡menos el que me lleva!. –Se volvió algo de todos los días-. Pasa un rato, a lo lejos diviso el mío, vacío… un solo pasajero sentado en la parte de atrás acompaña al chofer y al ayudante… dudo en subir, pero me quiebro con el frío, el pelo gotea tanto que deja caer el mar entero entre mis ropas, tan pesadas que parecen tener alguna fuerza magnética que las atrae hacia la tierra.

Me siento del lado derecho, pegada a la ventana que no deja ver nada, empañada por el calor de los cuerpos y el motor, que se encuentran con el clima que afuera aguarda poco cariñoso. Y sigo pensando en ti… en dónde estarás en ese momento, qué harás, qué palabras dirás y quién te escuchará… quién te ve, quién te toca… quién acaricia tus pasos con sus ojos cuando te alejas… incluso, pienso que no faltara quien te roce las manos a escondidas sin quererlo, sin saber que yo con las mías vacías, me muero por tener el calor de tu piel entre mis huellas y de tus labios sobre mi pecho ardiente que se quema sin tener tu sed para apagarlo.

Los minutos pasan lentos, en el camino aborda mas gente, y mas, y mas gente, hasta que el lugar tranquilo y espacioso, se transforma en un sauna formado por paredes y vapores de cuerpos vivos y pensantes. Llega mi hora de bajar, sigue lloviendo –pero qué importa si traigo la lluvia encima desde siempre- me dirijo a la salida, entre sonrisas cortadas por las caras rígidas, y tropezones con pies torpes que se cruzan por el camino… salgo, logro pasar ilesa por el pequeño tramo, que puede - si no soy audaz- hacerme viajar muchos kilómetros más, aun sin yo quererlo.

Pongo un pie, luego el otro sobre el asfalto humeante, y mis ojos sobre el auto que transita en la calle que debo seguir, mientras mi mente sigue en el lugar que tú ya sabes –pensando en ti, siempre en ti-. Así, sin darme cuenta, me veo sumergida en la colonia vecina que me sirve de pasadizo para alcanzar mi destino. “Ciudad de plata” así se llama esa colonia de paredes pequeñas… y vaya que no está lejos de serlo, no esta lejos tampoco de ser un cuento... de ser un paraíso que une diminutos jardines mágicos, con la cálida sonrisa de sus residentes que parecen haberme tomado cariño de tanto verme, y que me acogen con candidez aun antes de llegar hasta el lugar al que arribo con tantas ansias.

Sonrío, saludo, cruzo algunas palabras con la gente del camino y sigo directo al puente alto que comunica mi “villa linda” con esa ciudad vegetal y pintoresca, despidiendome a lo lejos, con los rostros de estos personajes que me han acompañado en el mismo recorrido desde mi niñez, y de paso saludo al sol que se me acerca sonriente con los primeros rayos coloridos que cruzan el cielo con el arcoiris.

Los autos parecen tensos, seguro que lo están, no debe ser fácil llevar encima a estas personas con mala cara, enfadadas y gritando sin razón aparente. Pero los autos al final de cuentas no me importan, porque cada vez que me acerco mas, siento menos lo de afuera, el mundo exterior se pierde en un palpitar interno que se intensifica a cada paso, a cada segundo que siento esta necesidad de estar en ti, necesidad que me come y me digiere, que me abraza y me acaricia, que me muerde y me enloquece, al punto de hacerme caminar los últimos minutos sin sentirlos, sin ver a nadie, sin siquiera responder las buenas intenciones que me lanzan como flores los vecinos que me salen al camino.

Llego a casa, por fin, así, entre nubes con soles danzantes, con el cuerpo todavía goteante, y me apresuro a sacar de mi mochila el llavero que guarda esa sonrisa que me abrirá las puertas a tus brazos, a tus caricias que me esperan sentadas en la alcoba para recoger mis sabores del día. Abro la puerta, entro en silencio, ansiosa por verte, por saberte tan mío como nunca nadie… como nunca de nadie… y…

Es tarde, me he retrasado algunos minutos… te busco en el lugar de siempre y no estas, ¡vaya! cuántas ganas tenía de verte, -me digo entre reproches- . Recojo mis pasos y los uno a mi sonrisa triste, esa que tan bien sabes distinguir, y camino hasta mi habitación, en la que me detengo a escribirte esta nota, mientras me seco el cabello que aún huele al mango y pera de la crema para peinar, y cambio las prendas blancas húmedas, por otras negras y secas, esas mismas que sostendrás en tus manos al leerme, con las que te esperaré cada tarde, cada madrugada, cada aliento del nuevo sol, cada suspiro de las viejas lunas… extensa, desnuda de piel y sentidos. En ese espacio que, si la vida nos deja, será nuestra cuna y sepultura, porque nos verá nacer y morir, engendrando el amor en el mismo seno, bebiendo la vida desde la misma copa de humedad inquieta, y tejiendo ese mundo secreto que será arraigado, ya sea ....sobre la tierra que pisan mis pies, o sobre las calles de piedra por donde, en estos momentos, a pesar de mis ganas de tenerte aquí, caminas ahora lejos de mis manos y mis ojos, pero guardado eternamente como un tatuaje de sangre y aceite sobre mi alma.

2 comentarios

Jana -

Uyyyy, que cosas dices Galiana!!! Me halagan en verdad, y me alegran, no sabes cuando.

Gracias, por lo que dices, por echarme siempre la mano... por no dejarme estancar muchas veces.

Eres un sol niño!!!

Gracias por acompañarme en este camino.

Un beso grande y un abrazote.

Muaaaa =0)

Alberto -

No sé como decirte que has evolucionado de forma extraordinaria. En éste último texto unes millones de cosas que son esencia y las armonizas: creas unas imagenes perfectas con tu agilidad para describir, transmites todo lo que sientes al oler, al mirar, al escuchar, al recordar.
El ritmo del texto es, al menos para mí,impresionante, y eso que nos ubicas en una historia, la tuya, meramente descriptiva de lo que se siente cuando se va al encuentro de esa persona que es ilusiòn. Sabes poner ese aderezo que invita a seguir leyendote, a quedarse...
Sidel, mi enhorabuena!!! Es un honor tener la llave de tu blog y poder seguirte.